Y, de pronto, tu reaccionas. El alcohol, quien lo diría, era tu combustible.
Me retas. Lo disfruto. Rozo tu brazo con una malicia que temía olvidada. Es oficial: te estoy gileando. Me adviertes que no lo haga pero ambas sabemos que no es mas que una sutil contraorden. El alcohol se lleva los últimos rezagos de discreción que te quedaban. Lamentablemente, también arrasa con tu capacidad de mantenerte ecuánime y no pasar verguenza. Cómo te explico? Todo pierde sentido si intentas seducir estando ebria. Las palabras pierden peso, los acercamientos (antes pequeñas descargas eléctricas) se convierten en tristes remedos de algo que pudo haberme placenteramente noqueado. Tal vez debí ponerme igual de ebria que tu. Pero lo dudo. Quería disfrutar el momento con al menos dos de mis sentidos despiertos.
Todo se agudiza cuando, al verte en estado decadente estilo munra, te pregunto:
- En serio, fuera de huevadas, estás bien?
La invitación surtió efecto. Abandonas oficialmente el juego para decirme:
- No, no me siento bien.
Lo demás, es historia. Pero permiteme imaginar lo que hubiera pasado. Por ejemplo, si hubiesemos bailado, habría perdido. No se cómo bailas pero puedo intuirlo. Movimientos suaves, sin mucho aspaviento, miradas claves y roces precisos. Tus labios cerca a mi cuello, adivinando coordenadas. Sí, hubieras sido sutil. Y todo habría terminado en jaque mate.